Cima y Valle

Regresé hace pocos días del extranjero luego de una satisfactoria revisión de salud; chequeo rutinario de taller que data de más de veinte años.  Tuve una experiencia inolvidable al llegar muy a tiempo a tomar el vuelo, cosa que me bastó para recibir la conmovedora prueba de que no todo está perdido.

No creo que pueda describir plenamente lo vivido en esa hora, que me resultó fascinante; no por la calidez cariñosa con que me abordaron decenas de compatriotas expresando simpatía y admiración “por ese programa de La Respuesta que cada domingo esperan con pasión”, sino por lo mucho que agradecen las defensas de la patria, su amada patria, que no han olvidado ni abandonado espiritualmente jamás.

Me emocionaba oírles, enardecidos, decirme “que no los abandonara”, “que estaban listos para inmolarse, si fuere necesario”, “porque la patria no podía perecer”.

No quiero animarme a repetir muchas otras expresiones de elogio a esa lucha porque temo que se me crea ufano, o envanecido por tantos halagos.  Lo importante y verdaderamente significativo de aquel encuentro consiste en la comprobación de cuánto aman los dominicanos a su tierra.

Me propuse, no sólo a oír sus palabras, sino a observar también con cuánta emoción revelaban de dónde eran, qué estaban haciendo, cuántos parientes conservan aquí y cuántos están allá y, sobre todo, el pensamiento fijo y generalizado de algún día volver.

Desde luego, los selfies no se hicieron esperar, dándose las amabilidades entre ellos del “ahora me toca a mí”, luego de tomar las fotos de otros.

Ahora bien, reitero, algo más sensible fue escuchar sus inquietudes y temores por los peligros patrios; algunos me repetían fragmentos de La Respuesta, especialmente los relacionados a mis llamados a la unidad, mis quejas sobre la cohesión arruinada y cómo se aumentaba la debilidad de la defensa nuestra.

Todo aquello dicho con tanto fervor, me arrimó a las lágrimas y le dije a mi hijo Juárez: “Tú ves, no todo está perdido.  Ya verás, si eso llega a estallar, lo que es el dominicano; no te equivoques; lo que a veces se siente allá como dormido es puro espejismo; tú aprenderás entonces cuál es la índole del pueblo nuestro”.  Muy conmovido me concedió la razón y me confesó que no tenía ideas de eso fuera tanto así, algo que llegara a desalentarle en ocasiones.

En fin, el viaje me sirvió para saber de mi salud, en principio, pero, el regreso me ofreció otro tipo de cura, la del optimismo por cuánto se podrá hacer una vez se dieren las clásicas contingencias imprevisibles de siempre y el pueblo retomare de su glorioso himno aquella parte que clama “a la guerra a morir se lanzó”.  Desde luego, que Dios nos libre de perder la paz.

Pensé hondamente en pleno vuelo en todo lo que acababa de vivir y repasé muchos episodios de heroísmo del pueblo llano; y quedé convencido, aún más, del grado de audaz ignorancia de la traición que se ha llegado a creer que su plan va muy bien porque ya no queda pueblo que resista.  Confíar en que los que se fueron por todos los medios posibles son bajas sociales irremisiblemente perdidas; asimismo considerar que los que aún permanecen están lisiados por los vicios y la droga, totalmente indiferentes a esas necedades del patriotismo, ha sido el error de cálculo fundamental de la traición.

Se obsesionó tanto la traición en destruirnos, que hasta ha pretendido barrer la historia y ridiculizar los símbolos legados junto al recuerdo de los héroes y mártires, creyendo asegurar la indiferencia necesaria para desaparecernos sin dolor.

Y no quiso la traición enterarse de nuestros bríos inherentes.  Por ejemplo, no sabe de qué manera supo salir un Monción de su condición de ordeñador hasta el tálamo de la gloria de luchar y vencer frente a ejércitos españoles; se olvidó del joven empleado de aserradero, apodado Goyito entonces, antes de sentarse en el máximo trono de la gloria de ser nuestra eterna primera espada restauradora, ya en el brazo inmenso de Gregorio Luperón.

No ha leído nada la traición de los papeles de Pedro Francisco Bonó y del asombro de este prócer cuando advierte que el corneta que llamaba al combate en Guanuma tenía de camisa una raída blusa de mujer.  No ha tenido nunca interés de saber, ni conocer de lo que resulta capaz el dominicano; el mismo de las voces sencillas de la tanta gente nuestra generosa con que uno se encuentra, sin poder predecir su vocación inmolatoria.

Ya, en pleno vuelo, recordé a un joven chofer desdentado que trabajara con familiares míos, tenido como un pobre loco, cuando le vi llegar a las inmediaciones del campamento del kilómetro seis en las primeras cuarenta horas de estallido del ‘65.  Recuerdo cuando vi aparecer su cabeza por la escotilla de tanque AMX capturado, cuál fue su respuesta a mi pregunta: ¿Ramón, y que tú haces ahí?   Contestándome: “Aquí, defendiendo al pueblo y su Constitución”.  Nunca tuvo dientes de relevo, tenido como medio alocado, según dije; pero estaba listo para morir por su patria.

Concluí el viaje con la renovada esperanza de que no todo está perdido.  Me ayudó mucho el improvisado encuentro que relato.  Pero se me podría preguntar:  ¿Cuál es  la razón de que sus recuerdos se refieran a  Luperón, Monción, Bonó y de un  loco anónimo, sin  citar glorias del 1844?

Mi respuesta se aferra a la convicción irremovible de siempre de que la grandeza de la gesta de la independencia nuestra lo que más la consagra y certifica fue su restauración.

Diecinueve años después de haberla perdido, luchando ya contra España, se produjo el hecho tremendo de que los héroes últimos, pese a la tanta gloria alcanzada, no pretendieron desconocer ni suplantar a los que en el principio lograron esa independencia.

Pensé en ella, desde luego; en el pensamiento sublime de Duarte, en el coraje y arrojo de Mella y en la grandiosa impronta heroica de los Sánchez.  María Trinidad ante el piquete de fusilamiento en su primer aniversario, y Francisco del Rosario inmolado en El Cercado en la defensa restauradora de aquello donde ya él fuera uno de sus héroes decisivos.  Pero éstos son tan sólo rasgos mínimos de las epopeyas.

En fín, en mis meditaciones del regreso se me allegaron tres pensamientos de esos inmortales que le imprimen una impresionante marca de fábrica a la República Dominicana: De Duarte: Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”; de María Trinidad Sánchez, al llegar al patíbulo: “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República”; y de Francisco del Rosario ante los fusiles del sacrificio: “Entro por Haití porque no puedo hacerlo por otra parte, pero si alguien pretendiese mancillar mi nombre por eso, decidle que yo soy la Bandera Nacional”.

He querido traer esas reminiscencias porque escribo ésto al amanecer del 27 de febrero, recién llegado del viaje que cuento, como homenaje a la inmortalidad de nuestra patria y respeto a todos los caídos en su nombre.

La traición está actuando, ahora más peligrosamente que nunca.  El pueblo se inquieta y deja de presentir los males, porque ya los padece como desgracia presente.

Sin embargo, preciso es decirlo, la traición teme perder un compañero de ruta en la conjura, la Geopolítica de un Gobernador en la isla; conoce del mal humor de Donald Trump frente a las añagazas de los parapetos internacionales.  Presienten que se acercan horas aún más difíciles, pero que serán muy útiles, porque atraen a las definiciones del patriotismo.

Estoy meditando más allá del regreso que describo y pienso que hubo una expresión de una joven dominicana en el encuentro que he mencionado que fue la que más me estremeció: Vincho, no te nos vayas ahora.  Tenemos que clonarte para conseguir cien como tú, porque lo que viene no es chiquito”.

Lo que me impresionó más fue que lo decía una mujer, porque probado en la historia está, que no hay instinto más prodigioso que el de la mujer, madre al fin, para presentir las tragedias de sus hijos.

Sólo por ese convencimiento tan arraigado que tengo de la mujer como heraldo traje la cita, que no deja de ser enojosa por su contenido, que me deja muy expuesto a ser “mareado” por un inmerecido elogio; cosa ésta que detesto.

Aunque finalmente pienso que le puede servir a la traición de recordatorio; ahora que está trabajando en las sombras de su conspiración y sólo parecen tener ya dos de sus siniestros compañeros de ruta, como lo son el gran capital cegado por el mercado mayor de sus negocios y el narcotráfico internacional atento a “coronar” sus terribles operaciones de futuro con mayor facilidad logística.

Cierro con una expresión muy propia que se viene con el título:   En verdad, la cima más alta de los años es la que más favorece la apreciación de las lágrimas del valle de la vida.

One thought on “Cima y Valle

  1. Que Dios te bendiga, Vincho, y te dé mucha vida y salud. Se que todo lo expresado por ti no ha sido en vano, y necio es aquel aún que no ha escuchados tus sabios consejos y tus sabias palabras. Amén!!!

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