A sólo 96 horas del evento electoral a celebrarse este 19 de Mayo, se ha estado sintiendo un estado de ánimo colectivo verdaderamente inusitado. Ésto se estuvo prediciendo y calificando cuando, no pocos, entendían que era “muy deslucida la campaña”. Y era cierto; se notaba una alarmante falta de mensajes y las opiniones crecían en favor de sostener que los partidos carecen del brillo apasionante de otros tiempos, cuando las campañas eran electrizantes, muchas veces grávidas de violencias pasionales.
Eso, sin dejar de evocar a líderes míticos que con sus prédicas enérgicas soliviantaban al pueblo, siempre bajo asedio de muchas carencias.
El hecho es que después del año ´19, cuando el pueblo se tirara a las calles para evitar la continuación de un gobierno artero que pretendía prolongar su ominosa permanencia, todo aquel fervor de masas ante el Congreso, millares de soldados intimidando con su presencia fuertemente armada y los legisladores como virtuales prisioneros del espionaje, el pueblo, que daba esas pruebas vigorosas de que luchaba por la preservación incólume de su Constitución, cayó en una especie de apacentamiento depresivo, como si se fuera recogiendo su entusiasmo, que siempre ha sido hermoso; pareció aquello una renuncia a sus valiosos enconos para frenar a los excesos de un quehacer político muy premunido de su poder, de utilizar los bríos sociales con un ritmo de zafra, cada cierto tiempo. Ahora, sin embargo, se equivocaron los cálculos de los políticos que han estado más al frente de responsabilidades de guiar todo el proceso.
Comencé a meditar sobre algunos signos del desencanto público y hasta los riesgos que podrían entrañar los desafectos por todas las ofertas ilusionantes “de esa tierra prometida del poder político”; que desgraciadamente ha terminado por ser manjar seguro de los más audaces y diestros de los dirigentes que asumieron papeles de guías.
Lo primero en asumir fue la ocurrencia de las crisis dentro de un contexto de pavorosa Pandemia; los daños y peligros de gran calado a niveles mundiales, que tendrían implicaciones inevitables y ruinosas de todo género. Se abrió entonces a partir del año ´20 la interrogante de llegar a saber cómo se manejaría el nuevo y sorprendente gobierno en todo eso; se decía, por lo bajo, que no sabría hacerlo; que era muy nuevo y, de consiguiente, inexperto para lidiar con trastornos de tales magnitudes.
El Presidente había surgido bajo un mandato popular muy extenso fruto de un pujo insólito de unidad que hiciera el pueblo para enfrentar el desafuero de pretender validar constitucionalmente lo que en realidad era una Satrapía, a imagen y semejanza de lo que ya hay muestra en nuestra América, Venezuela y Nicaragua como ejemplos; enfrentaba, pues, un complejo panorama y tendría que cuidarse mucho de errores y tropiezos irreparables, cuando no trágicos.
Pensé, entonces, el pueblo nuestro lo que ha hecho al apaciguar sus ímpetus en la tormenta, es un ejercicio brillante de sus instintos y su desencanto no es hijo de una ingenuidad, sino de sus presentimientos. Por ejemplo, surgió una muestra de un fenómeno que mereció interpretaciones grotescas, el Transfuguismo, que en realidad no era tan condenable, sino más bien una modalidad del deterioro que nos aqueja; un síndrome de los efectos tóxicos de las lealtades simuladas, de la poca confianza en las palabras empeñadas, de las engañosas promesas; en fin, un desgaste catastrófico de la confianza en sus líderes más establecidos, uno, presidiendo el gobierno precedente en dos períodos y el otro, cabeza de oposición, que lo hiciera en tres. Es decir, cinco períodos presidenciales que surgieran en un tiempo que fue admirablemente ilusionante al principio, para terminar al cabo de esos 20 años en el hondón de escándalos inenarrables.
Esa coyuntura última que se señala, pasó a ser una rara madriguera donde resultaría imposible la coexistencia esos dos especímenes de poder, separados y confrontados de las formas más penosas para asombro del pueblo.
Todo se desplomó y el proceso electoral del ´24 marchaba desinflado de sus tradicionales encantos. Yo lo llamé “subasta ciega de poder”, porque sé bien que se mantendrá siempre algún grado de ilusión de la pobreza, que concurrirá a votar como siempre.
Lo expuesto no basta, no obstante, para explicar el desprecio social en enjambre que ha ejercido el pueblo, porque por encima de las vicisitudes han ocurrido cosas con fuerza de causales, como los riesgos a que ha sido expuesta la Patria en el entredicho de su supervivencia después de siglos de independencias: Dos, la enorme y eterna de Febrero y luego su noble restauración frente a imperios.
Asimismo, se viene dando la sorda lucha de cinco Superpotencias mayores, bregando por el espacio geográfico de su conveniencia, en medio del caos insondable de Haití, a punto de ser ocupado por tropas africanas que ya han recibido el apoyo básico de un millar de soldados norteamericanos, que participan “sólo para levantar las instalaciones necesarias de su permanencia.”
Todas esas consideraciones me han llevado a pensar que quizás cuando pase el nublado del innegable desafecto del pueblo se podrían organizar las debidas consecuencias que debe generar todo este espanto.
En todo caso, en los últimos días, al momento en que ésto escribo, han sabido surgir los empeños por hacer de la farsa un trato serio: Quién se quedará en tercer puesto, para sepultarle El partido, bajo secuestro de Danilo Medina, guiado por la envidia más que por el odio a Leonel Fernández, o si éste, esperando que se cumpla un misterio que explique su triunfo, no sé en qué vuelta
Es innegable que el Covid-19 logró el estupor de los pueblos, los débiles como los poderosos; sus bajas se comparan con las de las guerras que subsiguieron a la innombrable Segunda Guerra. Más de tres años de dolor y temor bastaron para que los pueblos lo asumieran como catástrofe mundial y se turbaron los procesos políticos electorales de medio mundo.
El nuestro ha sido escenario de sucesos tremendos y, no obstante, se vio cómo surgía una tolerancia especial en el ánimo público para favorecer el manejo de las crisis derivadas. En medio de la Pandemia fue mayoritaria la aprobación de la gestión de Luis Abinader, el joven presidente que no perdió tiempo en defender sus esfuerzos y exhibió con honestidad, tanto sus logros, como sus tropiezos.
Mientras aquello venía ocurriendo, el pueblo alojaba una esperanza de que, al fin, se haría justicia y que los enormes casos criminales surgidos como parte del quehacer del gobierno, que estableció una clara distancia de un Ministerio Público encabezado por personas de gran respeto que se dedicaron a implementar expedientes gigantescos, jamás vistos entre nosotros, y el pueblo pareció animarse y estar bien dispuesto a aguardar que, siendo tan abrumadoras las pruebas y tan altos los niveles y vínculos de la cúpula que gobernara precedentemente, se producirían consecuencias fortalecedoras de la integridad democrática.
Todo se iría alojando en una nueva organización política con el ilusionante nombre de “Fuerza del Pueblo”. Leonel Fernández, tres veces Presidente de la República, invicto en todas las contiendas, estaba a la cabeza de esos empeños.
¿Qué ocurrió entonces, ante tan buenas perspectivas? Que se fueron desvaneciendo los frutos esperados de aquel cisma que llevó al partido de Juan Bosch al borde mismo de la desaparición. Tan brutales fueron los crímenes económicos, que toda la gente buena y generosa que militaba en aquella organización, muchos de ellos de los tiempos gloriosos de la honradez y luminosidad del Prócer, fundador, emprendieron una migración con fuerza de inflexión ética.
Pero, para decirlo mejor, no fue así. Desde las dos fuerzas políticas se abrió una infortunada fase de negociación que, aunque mal la disimulaban, pretendían que se reputara como una reconciliación honorable, un reagrupamiento legítimo y sano, sin reparar en el daño psicosocial que se infligía al pueblo; sobremanera por la reaparición del culpable fundamental del desastre, impune y desafiante, pidiéndole al pueblo “que le pague cuanto le debe” por haber sido su gobierno de ocho años “el mejor de la historia”.
Es decir, todo aquello que fuera escándalo mundial había que olvidarlo; la impunidad, más potente y opulenta que nunca, y el pueblo, según entienden, seguirá “sin guardar rencores ni agradecer favores”. Criterio éste de los más perversos de sus hijos. Todavía más, vendieron la Patria y la entregaron a las demandas de la Comunidad Internacional desde la cueva de trampas de ONU.
El pueblo nuestro, claro está, no había sido ultrajado de tal forma jamás. Lo fueron preparando mediante entregas parciales de soberanía y totales de identidad y nacionalidad; y ahora lo quieren hacer deudor de esa “banda de malhechores”; según rezan las imputaciones de los hechos.
Así las cosas, existen motivos sobrados para uno entender este comportamiento del pueblo. No es indolencia lo que siente; la “campaña deslucida” es fruto de esos y otros agravios, aún mayores. Ahora se busca esperanzarlo desde un liderato que fuera joya política y social del pueblo, en labios de Leonel Fernández, “que él tiene un secreto que no puede revelar”, pero que “él sabrá cómo ganar el 19 de mayo”.
Naturalmente, se han abierto los mentideros del imaginario popular: ¿Se va Abel y deja el voto pleno del PLD en favor de Leonel Fernández? ¿Danilo ha enterrado todas las hachas de sus rencores, que le llevaron como gobierno a la trama de hacer del otro un Capo despreciable?
¿Qué otra cosa puede ser este secreto? ¿Y eso no será a cambio de una impunidad plena de familiares y funcionarios delincuentes? ¿Quien queda? ¿Quién desaparece? ¿Cesó ya la elección subyacente del segundo o tercer lugar? ¿Y el pueblo, lo va a perdonar a todos también?
Como se puede advertir, estos días previos son cruciales y excitantes, especialmente porque hay de por medio el otro asunto, el de la supervivencia nuestra, y esas indecencias de la política mal podrían servir para lidiar con los tipos de trastornos que vienen. Así lo creo.
Todas esas modalidades de desgracia explican porqué las encuestas más válidas dan como un hecho sólo una vuelta para el Presidente, que tendría que lidiar con otras crisis no menos cruentas.
Tuve que detener cuanto tenía escrito, porque la cuestión del “mejor secreto guardado” de Leonel Fernández abrió esa caja de conjeturas prodigiosas, pero también apareció una instancia insólita que le exige a la Junta Central Electoral destituir 1,510 presidentes y sus respectivos secretarios en los colegios electorales. Lo del pedimento es una acusación atroz al gobierno de haberse robado las elecciones municipales de Febrero y que fueron esos mismos Presidentes de Juntas Municipales y Secretarios los autores del crimen, por lo que no se les puede premiar ratificándoles para la nueva prueba.
Sería el peor desiderátum, porque si se pudiera aceptar la demanda todo lo surgido en Febrero colapsaría en su legitimidad. Una especie de Golpe de Estado de acción retardada; ahora válido para todos los niveles del poder, incluyendo el presidencial.
Hay que armarse de paciencia para analizar estas nuevas circunstancias. Voy más lejos aún y quiero preguntar, en hipótesis; ¿Si se aceptara la destitución de esa nueva “asociación de malhechores”, ésto en el ámbito electoral, en nueve días habría tiempo de hacer las designaciones de sus sustitutos? ¿Serían virtuosos los que vienen, según se entiende? En realidad, lo que quieren los demandantes es una demencial medida de castigo para anular Febrero y, de paso, ilegitimar lo que pudiere salir en los planos presidenciales y congresuales.
Todavía estoy boquiabierto y respiro apenas. ¿Qué es lo que se proponen los rescatistas de la impunidad? Ahora acompañados de su legendario consejero, presidente de un antiguo partido, que no se sabe cómo pudo vadear el 26 Aniversario de la muerte de un gran líder que tuviera, líder de verdad, no de artificio, que desde el silencio de la muerte podría expresar desagrado por tanta audacia del rufianismo. Podría estar enojado, eso pienso, si se pudiere preguntarle en la dimensión en que se encuentra. ¿Qué les parecen estos líderes?
La misma pregunta que sería posible hacerle a aquél otro exponente de honradez y coherencia, acerca de la suerte de su obra, que ha terminado en tanto descrédito.
En fin, no lo sé. ¿Van o no van a las elecciones? es la pregunta que cabe. Todo está servido para saberlo; ¿Las ilegitimarían si no van? ¿Las tornarán violentas si van?
En todo caso, si se logran pacíficas y correctas, habría material de más acumulado para avivar el peligroso conflicto de la ingobernabilidad. Pero, son horas las que faltan; no hay porqué precipitarse. Lo que hay como innegable es el colapso de las fuerzas políticas de oposición; ya no hay porqué dudarlo, fuere cual fuere su votación, porque lo que hace falta saber esencialmente son las dimensiones de la responsabilidad de los culpables.
Saber a ciencia cierta cómo se pudieron desatar tantos demonios es “tarea de romanos”; los escándalos de crímenes económicos de todos los alcances, que no pueden terminar siendo simples mamotretos para perseguir a supuestos inocentes. ¿Quién hundió, en definitiva, toda la honra del Partido de la Liberación Dominicana? ¿Quién pretendió cambiar el término “liberación” por “liquidación” con sus inconductas? ¿No fue así, acaso? ¿Fue la enfermiza pasión “de ser Presidente siempre” de un Leonel Fernández imaginario la que provocó el tsunami? ¿O acaso no fue cierto aquello del “Trujillito del Siglo 21”, algo que determinara todo ese desastre?
Ahora bien, en el presente de lo que se debe hablar más es de Alí Babá y sus 40 afortunados “compañeros de ruta”, que son los autores reales de esta indefensión tan honda que se le impone al pueblo, precisamente en los momentos que más necesita fortaleza para enfrentar al enemigo extranjero. Pero, también debo insistir en esto: ¿La traición acaso no perdió tiempo y se alojó en la cueva de Alí Babá, para sembrar muchos abrojos con sus siniestros silencios?
Como se advierte, era mucho, como tarea, esperar que el pueblo intuyera todo ésto. Prefirió presentir y aguardar la hora final de la disolución y la entrega. Entonces, y sólo entonces, vendrán las luces del sacrificio sublime de ofrendar la vida para evitar un destierro perpetuo.
Hablaremos de ello mientras pueda. Si me mandan a marchar, quiero que sepan que feliz muero, porque no me quedaron esfuerzos por hacer con tal de cumplir mis deberes. Ya ésta es otra historia que corresponde al misterio.
Con tantas preguntas formuladas, no cabe una más y a Dios sigo encomendando nuestra suerte.
Post Data: Al momento que cierro, no tengo idea siquiera de si se ha producido algún Fallo en la Junta Central Electoral para responder a la “visita sorpresa” de la instancia de mención. Quizás el Organismo no haya podido salir de su asombro de una petición como la propuesta, que tendría una especie de resultados nucleares estratégicos contra todo proceso. Me callo, porque debo enviar ésto.