Vanos han sido los esfuerzos por persuadir al Presidente de los riesgos por los que atravesamos. En el campo de la soberanía, en efecto, sus reacciones han sido destinadas a confirmar su buena fe y decencia, cosas éstas que nadie ha puesto en tela de juicio, pero se hace innegable la presencia de taimadas maniobras de retardo y de odiosas coerciones de la Geopolítica, capaces de deslucir y hacer fracasar sus propósitos de garantizar la defensa nacional en los términos en que su extinto padre siempre proclamó debían hacerse.

Así mismo luce desprotegido y un tanto cándido el Presidente en el manejo de la bronca realidad de los peligros internos de las ambiciosas traiciones, de las falsas lealtades, de las agendas sombrías de grupos que depredaran la República y ahora, premunidos de opulencias demenciales, buscan coronar su impunidad, contando con el garfio de pirata de la colusión entre bandidos del mismo talante.

Así, en medio de los abrojos colocados a sus pies, de naturaleza inaudita, el Presidente ha llegado a creer que  no hay porqué temer; que su bonhomía innegable curará esos espíritus  perturbados  de sus propósitos pretenciosos de poder, por encima de sus obscenas culpabilidades de saqueadores  de fondos públicos y de atrofia de principios éticos que les llevara a creer que al pueblo, no sólo no le importa que hayan vendido la República, sino que el robo es parte de su índole, por lo que basta tener recursos, por oscuros que sean, para llevarlo a votar hasta por su propia ruina.

Entienden esos sectores que, pese a lo grave que ha sido el tipo de transacción que hicieran para vender el país, éste sólo lo vió por el ofrecimiento de “paso libre” por  la frontera física masacrada, como por las voces y los brazos abiertos que les invitaban a venir porque “aquí se estaba mejor”.   No han reparado esos sectores que los aspectos peores de tal  crimen han consistido en dotarle de la condición de “dominicanos flamantes”, después de devastar las fronteras jurídicas constitucionales existentes.  Abatieron la nacionalidad formal y pretenden borrar la identidad cultural, el significado de la lengua distinta, los valores y antivalores de la religión y el sincretismo, convirtiendo el trasfondo histórico en una especie de abigarrado esperpento que sólo ha servido para darle una principalía ficticia a élites irritantes que “se alzaran con el santo y la limosna” con algo que llamaron Independencia, sin ser tal cosa, sino separación.  Incluso, tratando de sacar del firmamento de ese pasado la gloria de la Guerra Restauradora que se librara ya frente a ejércitos de la España dominante de entonces.

Es imperativo, pues, retener ésto cuando se hable de la venta de la República para poder entender y manejar mejor los medios de resistencia en favor de la preservación de nuestra independencia como el pequeño y legendario Estado que hemos sabido ser.

No son pocos los que tienen nociones más o menos exactas de lo grave que ha sido el proceso promiscuo de entrega de nuestra soberanía; sin embargo, suelen quedarse con la falsa seguridad de que sólo se trata de un trastorno migratorio;  incluso, algunos afirman en forma zumbona: “Nosotros somos emigrantes empedernidos”;  “¿por qué negarles a ellos el derecho de buscar simplemente una mejor vida?.” Y llegan al colmo de decir: “Cualquiera por su mejoría su casa dejaría”, apelando a ese inmemorial alegato de necesidad.

Otros, que ya corresponden al litoral de la traición, intentan despreciar las quejas y llegan a decir:  “Déjense de andar de espantados; ésto más bien es un gesto humanitario”.

¡Cuán equivocados están!  No se trata de ello solamente, pues no son meros exiliados económicos en busca de oportunidades de trabajo en procura de mejorar sus condiciones de vida.  De lo que se trata es que los han dotado ya de falsa identidad y son partes, como cuerpos del Crimen de Lesa Patria, de la destrucción del andamiaje jurídico que se propusieron desmontar, conscientes de que estas atrocidades son más eficaces que los propios linderos materiales. 

Es decir, no se conformaron con emigrar obedeciendo las inducciones que desde el Palacio Nacional se les hacían para venir a convertirse en una minoría étnica que eventualmente podría tener algún acceso a las actividades y vicisitudes de la política.  No.  Se sintieron mejor asegurados para influir y determinar en el curso del proceso público nuestro, al grado de alcanzar un estatuto fundamental de un Estado nuevo, en lugar del histórico, convirtiéndonos en parte de una aberración bífida como lo sería un Estado Binacional.  Algo parecido a un “ajuste de cuentas”, pues aquella gente entiende, por generaciones, que lo que somos como supuesta Patria independiente, no somos otra cosa que un “Departamento 10 que les fuera usurpado  bajo el humo vanaglorioso  de una independencia inexistente”, pues para ellos no pasó de ser una odiosa separación sin méritos, incapaz para llegar a ser el hecho histórico que enarbolamos como Nación y Estado independientes.

Siempre he sostenido, como una manera de contrarrestar esos viciosos enfoques, que la grandeza de nuestros hombres y mujeres del año ´44 no fue consolidada solamente por las guerras subsiguientes frente a Haití, sino que ésto sólo se vino a consagrar definitivamente por la actitud solidaria y respetuosa de los Héroes de la Guerra de Restauración frente a España.

Así las cosas, ¿qué es lo más hermoso que reside en el seno de aquellos acontecimientos del Siglo XIX?  Que los Restauradores, pese a la importancia mayor de la lucha porque se trataba de enfrentar imperios, en sus cartas y en sus afirmaciones, luego de la victoria del año ´65 de aquel siglo, “fueron los primeros en reconocer la categoría de gesta inmensa de la gente del ´44”.  No se declararon libertadores ni héroes de independencia alguna, y viéndolo en retrospectiva, hasta se podría pensar que era factible, si se tiene en cuenta el egoísmo sempiterno del hombre en la victoria, sino que, por el contrario, se mostraron reverentes y solidarios con el hecho primo del sueño de Duarte.  Y luego esto fue ayudado en gran modo por el nivel inmenso de la calificación que hiciera el Apóstol José Martí, décadas después, de lo que representaba el ideal de nuestro Padre Fundador.

He dicho muchas veces, no es la lengua diferente, ni son las costumbres y creencias distintas, ni son las índoles disímiles de los pueblos lo que nos separa.  Es que, además, los nuestros que lucharan para mantener esa gloria mediante guerra popular, cruenta y dura, no se envanecieron, ni derogaron la abnegación y el sacrificio “de la gente del ´44”, como le advertía el glorioso Luperón al no menos meritorio General Pimentel, en carta desde el exilio. 

El mayor homenaje que se le ha rendido a los Padres de la Patria y a los que se sacrificaran con tanto denuedo en nuestra independencia se lo rindieron los Restauradores.  Y no se vaya a pensar que eso ocurría en forma anónima y conforme a las limitaciones de aquel Siglo XIX para difundir el conocimiento de las cosas, pues ya formábamos parte del ajedrez de la Geopolítica de entonces, y como otras veces he citado, Abraham Lincoln, cuando le respondía a su Secretario de Estado Seward, que con ironía pretendía aludir a ciertas limitaciones de aquel santo Presidente, le contestaba:  “En cuanto a Santo Domingo, mantengo una permanente atención de lo que allí ocurre.”

Esa expresión de Lincoln, creo que no se ha ponderado todavía para contrarrestar la aviesa práctica de la interpretación de la historia que muchas veces cita a Bolívar y las armas entregadas por Petion en Les Cailles para la renovación de la guerra de independencia de Suramérica, haciendo suponer con ello que el Libertador consideraba la isla como un todo y como pueblo predominante Haití.  No.  Sabía de nosotros desde el tiempo de la Real Audiencia, porque todo lo que se hizo para la organización jurídica de la conquista pasaba, o emanaba, de la orilla del río Ozama, donde estaban las autoridades, los palacios y los monumentos.  Incluso, uno de sus ascendientes está sepultado en nuestra Catedral.

Es posible que el Libertador entendiera que las posiciones dominicanas del 1821 de Núñez de Cáceres no le convencían, ni que otras cosas podrían darle confianza a la parte Este de la isla, intensamente españolizada.  Pensó el Libertador, no sé si lo llegó a decir, que lo práctico era aprovecharse de la bonhomía de Petion, de las armas belgas del oeste, en lugar de enredar sus propósitos con esta otra parte que quiso liberarse en 1821 de forma Efímera.

Todas estas cosas hay la necesidad de difundirlas, de discutirlas, y es nuestro deber como pueblo utilizar a nuestros sólidos historiadores para organizar, a escala nacional, tareas intensas de enseñanza acerca de las raíces de los conflictos, porque la facción traidora se ha encargado durante mucho tiempo de ensombrecer esos aspectos mediante una apelación delirante a “igualdades y semejanzas” supuestas que harían inútil la pretensión de conservarnos tal y como hemos sido durante cerca de dos siglos.

A mí me gustaría saber que entre las cosas que ya deben de estar en curso de organización figuren esas, porque al ejército paisano, como al uniformado, con que contamos, además de su denuedo y arrojo archiconocidos, hay que darle cierta ayuda para que capten, comprendan y retengan cuáles son nuestras urgencias y necesidades de defensa, ahora más apremiantes que nunca.

También es necesario considerar algo que he venido proponiendo, relativo al cobijo mendaz, hipócrita y malvado que desde un organismo internacional como la ONU se ha venido tejiendo, después de haber fracasado en el rescate y la reconstrucción indispensable para superar la tragedia haitiana.  Fracasaron allá y sólo diecisiete años de ocupación supuestamente dedicada a la preservación del orden público, servirían para demostrar la vergüenza de ese fracaso.  Se fueron, y las potencias esenciales llegaron a manifestar que, “en ningún caso”, “volverían a aportar ningún tipo de apoyo o recurso” en favor de ese desventurado pueblo.  Meses después de esas “confesiones inexplicables”, han tratado de recogerlas y hablan vagamente de que, al través de su instrumento hipócrita, ONU, “han sabido asistir a Haití en sus peores momentos”, como si reclamaran autoridad moral para opinar sobre aquella catástrofe.

Ahora surgen los contrastes:  Todos los recursos del mundo para Ucrania, “porque es un pueblo valeroso y porque así conviene mantenerlo en la historia”, en contraste con una Rusia “cruel y despiadada”.  Sin embargo, algo más de ocho millones de seres humanos en el vientre mismo de Estados Unidos de Norteamérica padecen el azote del hambre y de  bandas criminales organizadas, provistas de armamentos asombrosos, porque así conviene a su estrategia de malograr la habitabilidad de aquel territorio y forzar un derrame de población anárquico sobre el Este de la isla, creándose así las condiciones apropiadas, según ellos entienden, para terminar haciendo la cirugía mayor, consistente en la creación de un nuevo Estado en el Siglo XXI, pero Binacional, barriendo con todo cuando fuera inmolación, sacrificio, esfuerzos, denuedo, dignidad, de un pueblo como el nuestro.

El Presidente Abinader, al cual me he referido al principio, debe de entender que está llamado a ser la cabeza de esa tremenda lucha del pueblo nuestro por su supervivencia; que si se descuida y se desentiende de esas exigencias históricas, su liderato terminaría siendo objeto de desprecio por un pueblo profundamente frustrado.  Al tiempo de mantener el discurso nacional desafiante, también debe el Presidente Abinader “avisparse”, porque seguiría siendo una ingenuidad de su parte creer que esas perversidades que puedan circundarle van a ser anuentes a su marcha segura a la gloria, si cumpliere.  Se hace cada vez más obvio que tratarán de inhabilitarlo.  Desde luego, todo ésto requiere paciencia y energía penetrante para poder trabar los desafíos y los duelos frente a los intereses malsanos que nos asedian.

En suma, debo concluir con mis preguntas de siempre: ¿Creen ustedes pertinentes y necesarias las exhortaciones que hago precedentemente acerca de la crisis más velada, relativa a nuestra supervivencia?  ¿No entienden ustedes que los signos son tan elocuentes para pensar en el allegamiento de las desgracias de la pérdida de la paz y la sombría eventualidad de una ocupación militar multinacional?  ¿Es bueno empezar a hacer los amarres que la lucha demanda?  No más sueño, no más candidez; estamos siendo perseguidos vilmente y todo cuanto hagamos en nuestra defensa será justo y contará con la benevolente aprobación de Dios, Nuestro Señor.

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