EL ASESOR  

 

Llama la atención de pocos, todavía, saber acerca del papel que puede jugar un asesor en el mundo político nuestro.  Y debo aclarar que no alcancé esa convicción en ocasión de haber sido asesor de dos presidentes durante más de diez años.

Ello así, por la naturaleza misma de aquellas funciones que, al estar concentradas en políticas de lucha antidrogas, a la generalidad de la gente la mueve al respeto, en principio, dados los riesgosos cometidos que pueden implicarse en el cumplimiento de deberes tan escabrosos.

Así que cuando pienso o escribo sobre el papel del asesor me refiero más bien a otros ámbitos muy interesantes y más pacíficos, pero delicadísimos.

Siempre he sostenido que el Presidente entre nosotros resulta ser el funcionario más poderoso y, a la vez, el más débil al desempeñar sus complejas funciones de servir al Estado desde la dirección superior del gobierno.

He creído tal cosa porque son tantas las tareas a decidir, orientar y controlar desde la silla presidencial, que el acierto o el desacierto dependerán, de muchas maneras, de la eficiencia e idoneidad de los ministros y directores generales, quienes al trabajar sobre el campo de operaciones del día a día del gobierno pueden cumplir o fallar en sus correspondientes misiones.

Todo va a depender, para que la administración funcione, de la eficiencia, honradez y lealtad de esos niveles del funcionariado que están supuestos a servir como correa de transmisión de las políticas públicas fundamentales del Presidente hacia la población y estamentos bien diversos de ella.

El Presidente tiene, indudablemente, músculos para ordenar y hacer cumplir los encargos, pero, también tendrá las espaldas muy expuestas a dardos y puñales de las inconsistencias, bien de la incapacidad, ora de las inconsecuencias que podrían estar en las bases de la alimentación de las decisiones finales del plano superior responsable.

Es por ahí donde parecen surgir las necesidades de los asesores , que hagan las veces de consejeros “de segunda opinión” cuando comienzan a moverse las circunstancias que conducen o pueden conducir a las decisiones superiores, que en nuestro medio culturalmente se advierten como piramidales; vale decir, que vendrán de arriba, aunque quienes las hayan alimentado sean los niveles intermedios existentes entre el Presidente y el pueblo, considerando esta relación en una perspectiva del más amplio espectro.

Una de las aristas más arisca y filosa se presenta cuando el asesor no es un mero adorno o un premio afectivo, sino cuando se ha procurado su importante opinión que podría coincidir o disentir con los pareceres de los ministros y directores generales, quienes desde esos litorales siempre borrascosos podrían enconarse, si no se les aprueba, o caer en connubios malsanos con el asesor que por alguna razón se haga el mudo o el bizco, desertando así de la lealtad debida a quien le otorgara mandato para auxiliarle.

La exigencia de capacidad en el asesor es importantísima, porque va a competir cuando su trabajo es cabal.  Hay también otra exigencia más sensitiva que es la de la lealtad a las políticas públicas que son vitales para la configuración y reflejo del Presidente como exponente de poder eficaz y efectivo cumplidor de lo prometido en sus programas de gobierno pendientes de ejecución.

He ahí el meollo del asunto.  El asesor puede ser muy capaz y tornarse, no obstante, en peligroso; especialmente cuando lo reclame la acuciante cuestión de las agendas propias; peor aún, cuando éstas son producto de encargos de intereses foráneos, incompatibles con los altos fines nacionales que demandan del Presidente un celo estricto, so pena de ser enviado por la decepción pública al tribunal de la historia con muy baja recomendación.

En dos palabras, un ministro, por ejemplo, aunque pueda ser preparado, cuando aumenta su importancia y se ofrece y así se le percibe como portavoz, no confeso, ligeramente disimulado, de esos poderosos intereses que pueden inflar su influencia, se hace aún más pernicioso en sus opiniones, al grado de que las propias decisiones presidenciales se infecten y degraden en el sentido de no verle en su desempeño primordial como capaz de  impulsar políticas y posiciones nacionales muy sensitivas como obra propia.

Nosotros estamos atravesando por una experiencia que tiene como eje ese trastorno fundamental a que se refieren las consideraciones precedentes.  Y ésto resulta más grave aún, pues no sólo ha sido lamentable la meliflua poda del poder presidencial, que le ha llevado a consentir e incurrir en  ignominiosas menguas de soberanía, territorio, identidad, sino que también se ha derramado en otras múltiples variables de la administración, surgiendo así una muy negativa versión de poder virtual que, detrás del trono, desluce y desdibuja el rol de quien fuera señalado por la soberanía popular como responsable de los destinos nacionales.

Ahora bien, como siempre ocurre, el examen en retrospectiva sigue siendo la oportunidad mejor para apreciar y comprender cómo han sido las cosas que la gente común necesita aprender, así sea como lección tardía; el paso del tiempo desbroza situaciones de tal modo que se pueden ver de forma más clara las cosas que cuando se vieran en medio de los fogonazos de fama y de chispazos coyunturales hábilmente predispuestas para ir organizando patrones de control y dominio.

Me siento en condiciones de ser testigo de excepción de algunas de las situaciones más elocuentes para la demostración de cuanto afirmo en relación al asesor, el verdadero, no el decorativo, porque me correspondió lidiar en esas otras áreas, por reclamación presidencial, y pude ver muy de cerca “por dónde iban los tiros”.

Voy a comenzar por una situación originaria que hoy podría parecer distante y neutra, pero que resultó decisiva para abrir el primer zanjón de desencuentros y división dentro del partido de poder.  Me refiero, sólo ligeramente, al primer discurso en Asamblea del Presidente de la República, luego de su ejercicio de un año.

Él venía de una victoria que fuera alimentada por la participación de fuerzas aliadas diversas que lograron eliminar el peligro de una desventaja de más de veinte puntos en encuestas, a sólo cinco meses del día crucial de votaciones. Pero, me apresuro a señalar en honor a la verdad que fue la decisión del Jefe de Estado de entonces, de involucrarse en la campaña,  lo que vino a resultar determinante; el propio Presidente titular de la victoria llegó a decir que aquél había trabajado tanto y mejor que si se tratara de una campaña propia.  Es decir, que todo estaba propuesto para mantener alejado cualquier amago de pugnas y separaciones.

Eso se creyó, pero sólo por error, pues las sensacionales y agresivas revelaciones que se hicieran en aquel discurso en labios del Presidente actual  relativas a odiosas y degradantes descalificaciones de pésima gestión del negocio del oro de Barrick,  al tiempo que se exhibían con delirante triunfalismo las enmiendas ventajosas que se habían logrado, apoyado profundamente en el trabajo del ya insinuado futuro Primer Ministro, en realidad no tenían por misión otra cosa que agriar gravemente las relaciones entre los dos líderes del partido de poder, que ya lleva diecisiete años ejerciéndolo, cuando se advierte el interés de separarlo mediante el instrumental incisivo de la persecución judicial.

Ahora ocurre que la retrospectiva se encarga de aclarar muchas cosas que hacen aquel júbilo un tanto artificial y exagerado, como para que desaparezcan hoy fundamentos y razones atendibles para mantenerlo como un triunfo de la pulcritud y del celo de la preservación de los beneficios de recursos no renovables.

Sin embargo, cumplió con su cometido esencial cuando se hizo uso de la vanidosa comparación ética entre un antes y un después, como la que se hiciera con fulgurante pero fugaz éxito. Y se vio después ratificada l experiencia en otro escenario como lo fuera un evento bajo patrocinio de Transparencia Internacional, en el cual la arrogante principalía de aquel Primer Ministro reafirmó la existencia de esos dos mundos contrapuestos: el pasado inmediato delictivo y  el presente dotado de todas las virtudes.

En realidad, no se quiso ver que con aquello del discurso se le imponía al Partido de la Liberación Dominicana el inicio de su camino al debilitamiento de su cohesión  y a una previsible división; algo que se ha logrado exponiéndole ya a que abunden voces que toman de sus siglas la “L” de “Liberación” para atribuirla a la “Liquidación” dominicana.

Como un paréntesis pesaroso debo apuntar que resulta impresionante comprobar cómo en otras latitudes de Latinoamérica el nefasto fenómeno del papel de asesores, ministros importantes y hasta vicepresidentes, unido a las acciones todavía más temibles de los llamados asesores de imagen, trabajaron en Brasil, Ecuador, Perú y Colombia en forma espectacular que ya para nadie resulta un secreto lo que han significado personajes como Joao Santana, J.J. Rendón o Jaime Durán Barba. So pretexto  de trabajar imágenes y atender a excitantes encuestas electorales impulsadas por su imaginación sin límites, al menos en nuestro caso, se vio transmutarse a Joao Santana a consejero político y ya se sabe hasta dónde se desquició nuestra tersura constitucional, hasta caer en este foso de incertidumbres y durezas del presente.

En fin, allá se ha visto cómo han sido las relaciones tensivas e inverosímiles entre  Lula y Dilma, Moreno y Correa, Kuczinsky y Humala, Uribe y Santos, que han tenido como común denominador la abjuración y desprecio de aquello de lo cual han sido parte, repudiando el estado de cosas encontrado y se abrieron nuevos caminos de gloria, insospechados para caer en derivas que han terminado algunos de ellos en desdichadas tragedias personales, según se advierte sin discusión en la enorme tormenta de acusaciones en curso.

No es ocioso agregar que hubo otra experiencia en Perú, verdaderamente tétrica, como lo fuera la relación Fujimori-Montesinos, que no era ministro pero sí una sombra supuestamente indispensable para ayudar a hacer el gobierno.  Huelga decir que ambos están condenados a largas penas.

Pero, volviendo al asesor, que es título de estas cuartillas, se ha venido a saber que los mismos que hicieran el control de la propuesta financiera de Odebrecht para Punta Catalina fueron los que fraguaron, no sin talento y  destreza, el alarde de logros revisores de todo lo anterior en el oro de Barrick, enfatizando un enconoso empeño de acentuar como miopía maliciosa el tratamiento que se le había dado hasta la hora de llegar los redentores; claro está, con ello se sugería lo peor contra el otro que salía en medio de una precoz desgracia de prestigio, listo para ser sepultado en un hoyo financiero descomunal, que dicho sea de paso mucho había tenido que ver con la victoria.

De consiguiente, se podría entender hoy sin faltar a la verdad que así como se llegara a considerar  la Catalina subvaluada, se supo incordiar  con el oro de Barrick para sacar provechosos resultados en distintos órdenes y objetivos en esa oportunidad irrepetible que fuera aquello.

El hecho es que hoy se tienen que oir cosas bien desagradables de la rencorosa vanidad de aquella asesoría mixta, de ministro y tecnócrata, que buscó cubrirse de gloria descuartizando el trato previo y magnificando la revocación supuesta de lo indebido.

Ni una cosa ni otra, es el balance; pero sirvió para envenenar y obrar con satisfacción obedeciendo a móviles solapados y promiscuos que convertían la asesoría en un repugnante fin propio bien ajeno a lo que debió ser la agenda posible de unidad y gratitud debida frente al saliente mandatario, de parte del entrante, que entre nosotros, como se dijo, es muy poderoso pero, muy débil a la vez, y tiene las espaldas indefensas para dardos y puñales de inconsecuencias.

Necesitaré, según veo, nuevas entregas para ir articulando mis criterios acerca del asesor como pieza clave para el asesorado, que en la especie nuestra ha terminado por quedar bajo asedio de duras imputaciones, junto a su partido, luego de haber tolerado tantos componentes podridos de deslealtades en la formulación de decisiones cruciales como siempre deben de ser las presidenciales.

En una próxima entrega haré el relato de lo que llamo, ya, las vicisitudes del IPAC; ésto en el apasionante campo de la corrupción administrativa, que es otra fuente para ofrecer conocimiento de la condición humana y los conflictos que se generan cuando su calidad se demacra, una vez se imponen los enfermizos propósitos del perverso logro personal.

En suma, ni tan grande fue el descuido del saliente, ni tan grande fue el esmero del entrante.  Lo que sí conservan ambos son espaldas de Presidente, uno de la República y otro del partido, que ya están bajo diseño de apercibimiento criminal, según se ha visto.

 

One thought on “EL ASESOR  

  1. Súcubo/Incubo… Danilo Medina/Gustavo Montalvo… inseparables el uno del otro, porque en esencia la dualidad entre tales no existe, porque el mal se encarna a preferencia para procurar su permanencia. El mismo Diablo, en uno y otro rol… simulando ser dos… “El femenino” y el “Masculino”, solo para confundir… mientras consiguen el objetivo de replicarse, y extender lo mas posible su área de influencia. Hay más oculto a la simple mirada… que lo que las tinieblas de la noche logran ocultar…

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